Cuando los de abajo votan a la extrema derecha: algo está fallando

Que personas con menos recursos económicos apoyen a partidos de extrema derecha o abiertamente fascistas no es solo una paradoja política: es una señal de alarma. Algo profundo no está funcionando cuando quienes más sufren la precariedad acaban respaldando proyectos que recortan sus derechos, debilitan lo público y protegen a los de arriba.

No se trata de despreciar a nadie, pero sí de decirlo con claridad: este fenómeno no es normal ni inevitable. Y, desde luego, no es inocente.

El voto es libre, pero no se produce en el vacío. Se construye a partir de información, relatos y marcos mentales. Cuando amplios sectores empobrecidos votan a fuerzas que defienden menos impuestos a los ricos, privatizaciones y recortes sociales, es legítimo preguntarse quién está marcando el relato y con qué intereses.

La extrema derecha no gana terreno ofreciendo soluciones reales a la pobreza. Lo hace desviando la atención, fabricando enemigos y simplificando problemas estructurales hasta hacerlos irreconocibles.

Gran parte del éxito de estos partidos se basa en un mecanismo clásico: convencer a quien está abajo de que su enemigo está aún más abajo. Migrantes, minorías, feminismo, ecologismo o “élites culturales” se convierten en chivos expiatorios perfectos.

Mientras tanto, las verdaderas causas de la precariedad —modelos económicos desiguales, concentración de riqueza, debilitamiento de servicios públicos— desaparecen del debate. No es casualidad. Es una estrategia.

Un discurso emocional frente a una realidad incómoda

La extrema derecha no necesita coherencia económica ni de ningún tipo. Necesita emociones: miedo, rabia, humillación y sensación de pérdida. A quien se siente abandonado, se le ofrece un relato simple y reconfortante, aunque sea falso.

Frente a eso, los datos importan poco. Da igual que sus propuestas empeoren objetivamente las condiciones de vida de sus votantes: el vínculo ya no es racional, es identitario.

Pero sería un error cargar toda la responsabilidad en quienes votan. Si este fenómeno crece, también es porque otras fuerzas políticas han fallado estrepitosamente en ofrecer proyectos creíbles, cercanos y transformadores.

Cuando el discurso social se vuelve tecnocrático, distante o resignado, deja un vacío que otros llenan con mensajes simples y agresivos. El abandono político genera terreno fértil para el autoritarismo.

La historia europea ya ha mostrado adónde conduce esta deriva. Normalizarla, justificarla o tratarla como una simple “opinión más” es toda una irresponsabilidad.

Cuando los sectores más vulnerables apoyan proyectos políticos que recortan derechos, persiguen minorías y erosionan la democracia, no estamos ante una elección informada en igualdad de condiciones. Estamos ante un fracaso colectivo de información, representación y justicia social.

Negarse a señalarlo con claridad solo beneficia a quienes se aprovechan del descontento para perpetuar un sistema que sigue empobreciendo a los mismos de siempre.

Publicado el: 17 de diciembre de 2025

Categorías: Política, Opinión, Sociedad

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